La decadencia d'Atenes y lo valoratible de la política d'Esparte son una lleción a tener presentes. Les lleis de Solón y el bon gobiernu....
Material de la páxina E-TORREDEBABEL
CAPÍTULO III. GOBIERNO DE ATENAS Y LEYES DE SOLÓN.
HISTORIA DE LA REPÚBLICA HASTA LA GUERRA DE PERSIA
1234. La Ática o país de los atenienses era una pequeña
provincia tan estéril que solo a fuerza de industria y trabajo podía mantener a
sus habitantes. Cecrope los reunió en doce ciudades, que después formaron otras
tantas repúblicas casi independientes con sus magistrados y jefes particulares;
pero Teseo, rey de Atenas, aboliendo los senados de todas estas ciudades, hizo
de ellas una sola república, declarando a Atenas por la metrópoli y centro del
imperio, y determinó que el poder legislativo residiese en la asamblea general
de la nación, que distribuyó en las tres clases de nobles, labradores y
artesanos.
1070. Después de la muerte del rey Codro, las disensiones
ocurridas entre sus dos hijos presentaron a los atenienses una favorable
coyuntura para abolir la monarquía, declarando a Júpiter por único rey de
Atenas, y confiando el gobierno a cierto número de magistrados con el nombre de
Arcontes. Por espacio de tres siglos fue esta magistratura perpetua y
hereditaria, y por consiguiente se diferenciaba poco de la potestad regia; pero
después sufrió varias alteraciones, porque primeramente se redujo su duración a
diez años, y luego a uno, y se crearon nueve Arcontes, a fin de que la
autoridad dividida entre muchos fuese menos poderosa y temible.
624. No había en Atenas más que un corto número de leyes
conocidas bajo el nombre de reales, y tan antiguas como el imperio, las cuales
no eran suficientes para reprimir los vicios que se habían ido introduciendo en
el pueblo, a medida que se aumentaban sus conocimientos, industria y
necesidades. Era preciso, pues, formar una nueva legislación, para cuyo efecto
se valieron de Dracón, hombre sabio, virtuoso y muy amante de la patria, pero
de unas costumbres tan austeras y rígidas, como lo fueron sus leyes, pues
castigaban de muerte desde la más leve falta hasta los más atroces delitos. De
este modo no solo no hizo felices a los atenienses, como se había imaginado,
sino que excitó en ellos un general descontento, por el que se vio precisado a
retirarse a la isla de Egina, en donde poco tiempo después puso la muerte fin a
sus días.
El excesivo rigor de las leyes de Dracón las hizo
impracticables, y así se entregaron los atenienses a la licencia más
desenfrenada; clamaban todos por una nueva constitución; pero los pobres pedían
la democracia, género de gobierno en el cual la suprema autoridad reside en el
pueblo; los ricos la aristocracia, en la que un pequeño número de los más ricos
y principales ciudadanos gobierna el estado; y los más sabios querían un
gobierno mixto, en el que los poderes legislativo y ejecutivo se
contrabalanceasen recíprocamente. Estas facciones redujeron el estado a tal
extremo que sólo podía evitar la ruina que le amenazaba entregándose en las
manos de un solo hombre: fue este Solón, a quien se concedió de común
consentimiento la dignidad de primer magistrado, legislador y árbitro soberano.
593. Descendía Solón de los antiguos reyes de Atenas, y
desde sus primeros años se dedicó al comercio; ya fuese para mejorar el mal
estado a que la prodigalidad de su padre había reducido la casa, o bien para
instruirse en sus viajes de las leyes y costumbres de los otros pueblos, y
cultivar con más fruto sus ventajosas disposiciones. Los vastos conocimientos
que adquirió le colocaron en el número de los sabios de Grecia; y la dulzura de
sus costumbres, el ardiente celo que manifestaba por el bien público, y el
generoso desinterés con que rehusó la corona, le granjearon la estimación y
veneración pública. Sus leyes sin embargo fueron imperfectas, porque los
atenienses, según él decía, no se hallaban en estado de recibir otras mejores.
El senado, compuesto primeramente de cuatrocientos
miembros, sacados de las cuatro tribus que comprendían entonces todos los
habitantes de la Ática, y que después se aumentó hasta seiscientos, era
demasiado numeroso para deliberar con acierto, y además tenía poco ascendiente
sobre el pueblo. Las asambleas ordinarias de éste solían celebrarse muchas
veces cada ocho días, y en ellas estaba permitido echar sus arengas a todos los
que pasasen de cincuenta años; y aunque se les prohibía a los oradores mezclarse
en los negocios públicos sin haber acreditado antes su probidad y buenas
costumbres, les era no obstante muy fácil triunfar de la prudencia y rectitud
de los jueces. Por esto decía a Solón el escita Anacarsis: me admiro mucho de
que en todas vuestras deliberaciones sean sabios los que propongan, y locos los
que decidan. En efecto este establecimiento fue en lo sucesivo origen de muchos
desastres; pero Solón se había visto precisado por las circunstancias a
contemporizar con todos los partidos.
La autoridad del Areópago, que desde Dracón había ido en
decadencia, fue restablecida por Solón: el número de senadoras era ilimitado,
pues a todos los Arcontes que después de su año de ejercicio justificaban haber
desempeñado sus funciones con integridad y buen celo se les concedía plaza en
este tribunal. Conocía el Areópago de casi todos los crímenes; corregía los
vicios, y vigilaba las buenas costumbres, pero la educación de la juventud,
como que en ella se funda la prosperidad de un estado, era su principal objeto.
El ostracismo, que era un destierro por diez años, fue
inventado para contener y reprimir la ambición de los ciudadanos, pues
regularmente era la pena que sufrían aquellos que por su excesivo crédito o
poder se hacían sospechosos; pero para imponerla era preciso que en la asamblea
del pueblo se reuniesen seis mil votos contra el acusado.
Cuando Solón dio la vuelta a Atenas, halló la ciudad
dividida en bandos; y aunque se observaban sus leyes, no había uno solo que no
desease una nueva forma de gobierno. Pysistrato, hombre rico, amable, generoso
y caritativo para con los pobres, prudente y moderado con sus enemigos, se
valía de estas buenas cualidades para engañar más diestramente al pueblo y
ocultarle su ambición desmesurada. Hirióse en una ocasión por su propia mano, y
con todo el cuerpo ensangrentado se hizo conducir a la plaza, y alborotó el
populacho, diciendo que sus enemigos le habían puesto en aquel estado, y que
era victima de su amor a la república. Acercándose a él Solón a este tiempo, le
dijo: hijo de Hippocrates, en verdad que no representas muy bien el Ulises de
Homero, porque tú te hieres para engañar a tus conciudadanos, y aquel lo hizo
para engañar a sus enemigos. Sin embargo obtuvo Pysistrato contra el dictamen
de Solón una guardia para la seguridad de su persona, de la cual se valió
después para apoderarse de la ciudadela; y habiendo desarmado de este modo la
multitud, se revistió de la autoridad suprema.
513 y 510. Había en Atenas dos jóvenes llamados Harmodio
y Aristogiton, a quienes unía la más estrecha amistad. Hipparco, naturalmente
libre y desenvuelto, no contento con haber seducido a una hermana de Harmodio,
la insultó en una solemnidad publica, sosteniendo que no podía asistir a ella.
Indignados los dos amigos de esta afrenta resolvieron matar al tirano, y en
efecto lo consiguieron, aunque perecieron en la empresa. Hippias, que tuvo la
felicidad de escaparse de la conjuración, condenó a muerte a un gran número de
ciudadanos, a quienes creía cómplices en ella, soltando desde este instante las
riendas a la injusticia. Pero Clystenes, jefe de los Alcmeónidas, desterrados
de Atenas poco tiempo antes, habiendo reunido tres años después de la muerte de
Hipparco todos los descontentos, con ellos y los socorros que le enviaron los
lacedemonios destronó a Hippias, que después de haber andado errando con su
familia por algún tiempo se refugió a la corte de Darío, rey de Persia, y murió
al fin en la batalla de Marathon. Aunque la familia de Alcmeón había sido el
principal instrumento de esta revolución, como los dos amigos Harmodio y
Aristogiton habían dado el primer impulso, se llevaron las atenciones del
pueblo, que en memoria de su acción les erigió estatuas en la plaza pública,
honor que a nadie se había concedido hasta entonces.
Las rígidas y austeras virtudes de Esparta producían casi
tantos héroes como ciudadanos; no les permitía la constitución más ejercicio que
el de las armas y el examen y deliberación de los negocios; sus magistrados y
generales eran ciegamente obedecidos, y sus leyes y principios de gobierno
permanecían fijos e inalterables en el seno de la pobreza. Por el contrarío
Atenas promovía la industria, el comercio y las ciencias; adquiría riquezas, y
con ellas los vicios que engendran, y se dejaba arrastrar de los caprichos y
pasiones; pero sus ciudadanos eran muy amantes de la gloria y de la patria: en
caso de necesidad tomaban todos las armas para defenderla; y al paso que su
valor los hacía temibles, su buen trato, y la hospitalidad y buena acogida que
hallaban en Atenas todos los extranjeros, los hacía muy amables. Tales fueron
las repúblicas de Esparta y Atenas que han inmortalizado la Grecia; y si en
ésta hubiese habido menos licencia y amor al deleite y más moderación en
aquella, deberían servir de modelo a todos los pueblos.
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